domingo, 26 de febrero de 2012

La Monumental de Sevilla


En los terrenos de la Viña del entonces incipiente barrio de Nervión, Monte Rey en el callejero antes de intitularse avenida de Eduardo Dato, vivióse en la segunda década del siglo XX la construcción de un sueño. La versión gallista de toros para todos. Un efímero lapso de tres años donde más allá del arrabal de San Bernardo resonaron los ecos de la afición de masas de aquella época.

El emprendedor sevillano José Julio Lissén Hidalgo ideó un proyecto faraónico que compitiera con la Real Maestranza de Caballería en aforo y precios con el beneplácito y apoyo implícito de su amigo José Gómez Ortega -Joselito el Gallo- que encontraba en la otra orilla la rivalidad maestrante de Juan Belmonte. Manifestaciones propias de la Sevilla soñadora, arrebatadora y dual.

El arquitecto vasco Francisco de Urcola, con antecedentes en edificios de espectáculos como la desaparecida Plaza de Toros de San Sebastián (1903), proyectó en 1915 el coso de la Monumental de Sevilla con un corte neoclásico y contó con la colaboración en la dirección de obras de José Espiau y Muñoz. En su construcción se experimentó con el hormigón armado, sistema muy probado en Europa pero con escasa presencia en España y concretamente en Andalucía -por citar algunos ejemplos coetáneos, el Balneario de la Palma de José Romero Barrero (Cádiz, 1907) y las estructuras de la Plaza de España de Aníbal González (Sevilla, 1918)-.

La plaza que contaba con una capacidad para 23.055 espectadores, 10.000 asientos más que su rival baratillera, tenía la siguiente distribución de sus localidades: sombra alta, 1.882; sombra baja, 3.801; sol y sombra alta, 1.549; sol y sombra baja, 2.027; sol alto, 2.884; sol bajo, 3.851; andanadas de sombra, 3.538; y andanadas de sol, 3.523. Tenía 4 corrales, una corraleta de apartado y 12 chiqueros y una arena con 60 metros de diámetro. Su diseño era atractivo y funcional para los aficionados, de holgados asientos y vomitorios que permitían un rápido desalojo de los tendidos.


Tras trabajar duramente en su construcción durante el año 1916 Lissén quería su inauguración para la Feria de Abril de 1917 pero surgieron problemas con las pruebas de seguridad exigidas por la comisión de técnicos que no otorgaron su aprobación. Entre los inspectores se encontraban además del ingeniero Ramírez Doreste dos reputados maestros que darían gloria en esas décadas a la expresión artística del Regionalismo arquitectónico como Antonio Gómez Millán y Juan Talavera y Heredia, a más inri compadre y amigo personal de José Espiau respectivamente. La prueba de resistencia de 500 kilogramos por metro cuadrado colocada provocó al poco tiempo las primeras fisuras y en la madrugada del 10 de Abril de 1917 se vino abajo un tercio de su graderío, dando la razón al grupo colegiado de expertos en relación a la fragilidad de los elementos constructivos de la plaza.




El empresario Lissén no cejó en su propósito e incorporó a dos nuevos profesionales, el profesor arquitecto Carlos Gato Soldevilla y otro experto en hormigón armado, el ingeniero Juan Manuel de Zafra, que ayudaron a la reconstrucción del edificio pudiéndose abrir al público en la siguiente temporada. Finalmente fue inaugurada el 6 de junio de 1918 con un cartel compuesto por Joselito el Gallo, Posada y Fortuna con ganadería de Juan Contreras. Y así celebráronse ininterrupidamente espectáculos desde 1918 a 1920. En este meritado año, la gestión del coso pasó a la misma empresa que gestionaba la Maestranza que repartió incluso la cartelería de la Feria de Abril entre los dos cosos: cuatro festejos en la Maestranza y tres en la Monumental. Belmonte y Gallito torearon juntos en este plaza por primera vez el 22 de abril. Fue su última fiesta de primavera, al mes siguiente todo marchó al traste en Talavera. Maera, Facultades y Joselito de Málaga cerraron la última función el 30 de septiembre por San Miguel.



Múltiples circunstancias rodearon su misteriosa fatalidad y efímera andadura: ¿hormigón en mal estado por falta de agua para su fraguado adecuado y una proporción elevada de azufre en el cemento que atacó a la integridad de su armazón inicial creando un halo definitivo de inseguridad en su breve futuro?; ¿Presión constante de la aristocracia maestrante por el monopolio taurino frente a una burguesía creciente?; ¿La decisiva desaparición en mayo de 1920 de un mito del toreo que alentó su edificación? Aún no tenemos una respuesta cierta, todas coadyuvaron y ella sola se murió. El Gobierno Civil ordenó su cierre en 1921 iniciándose su progresivo derribo diez años después. Abandonada a su suerte hasta los años sesenta en que se produjo su completa desaparición por la construcción en su solar de los bloques de pisos que ocupan principalmente el núcleo residencial Óscar Carvallo, su decrépito coso sirvió para miradas curiosas, correrías de niños que soñaban algún día con ser ídolos y actividades variopintas como almacén de aceitunas y talleres de carpintería y herrerías en sus galerías interiores. No sabemos tampoco qué habría ocurrido si hubiera sobrevivido a los avatares: la afición taurina se vio sobrepasada por la práctica del fútbol en virtud de las modas con lo que dos plazas de tal envergadura en Sevilla parecería excesivo e inviable, ¿habría impuesto su hegemonía a la intocable Maestranza?, probablemente habría sido objeto de la inmobiliaria especulativa o quién sabe si envoltorio-reliquia de un centro comercial más como las Arenas de Barcelona.


Sueños rotos de una ilusión taurina que durmieron para siempre la realidad que le tuvo deparado el destino. Si paseamos ante su sombra frente a los jardines de la Buhaira solo veremos un minúsculo testimonio de lo que fue: una puerta de acceso tapiada convertida en vado permanente de la historia.





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